(Polonia, 1934-México, 1996)
Soy Kurtycz.
Nací en Polonia, hecho importante pero no muy grato. Vea. Cuando niño pasé la guerra. Tenía ocho años cuando fusilaron a mi madre. Durante aquellos cinco años aprendí bastante. Luego estudié. Ingeniería y postgrado en Varsovia. Trabajé unos años en investigación e instalaciones petroquímicas. Comencé a pintar mucho. A escondidas. Y es gracioso que el ingeniero se sentía artista clandestino. A mi primera tierra le debo lo metalúrgico de mi trabajo y también su textura montañesa. Llegué a México en el 69 y desde entonces me dedico al estudio y realización de diseño gráfico de libros, revistas y carteles. Yo, mi mujer y mi hija, actualmente vivimos de esto. Durante mis primeros cuatro años en México hice siete exposiciones de pintura. Tuve siempre breves notas periodísticas (repletas de idioteces bastante ad hoc con mis pinturas), la mayoría en la sección de sociales. Como por el año de 1976, hice mi primer artefacto. Era urbano y se llamó La rueda. Luego, luego, La exprocesión. Siguieron El laberinto, La persona, El asta bandera, La muerte del impresor, El hacha sonora y muchos otros. Algunos de estos artefactos resultaron peligrosos pero siempre salí bien librado. En el Palacio de Minería a mí y a Ana María casi nos meten al bote, si no (sic) fuera por mi hacha y por el bastón solidario de Gurrola. En el Carrillo Gil imprimimos una edición de libros y pagué con una costilla rota. Nomás. En el Foro de Arte Contemporáneo salí de puro milagro, después de terminar El sacrificio de día de muertos, sin ser golpeado. En 1980 recibí la ciudadanía mexicana, hecho importante porque me abrió las fronteras políticas. Hice un ritual en la Universidad de Massachusetts y otro artefacto en Nueva York. Los eventos de artefacto se diferencian mucho entre sí. En cada siguiente artefacto corrijo ciertas fallas anteriores y cometo nuevos errores. El artefacto se escapa ingeniosamente de cualquier intento de definición pero tiene ciertas constantes, como por ejemplo la sinceridad visceral. Artefacto está en el polo opuesto del arte comercial y no usa sus trucos. El valor de un evento-artefacto reside en su múltiple lectura según en el nivel intelectual, el estado mental y la clase cultural de los espectadores y/o actores. Con cierta dosis de optimismo y soberbia podría hablarse del valor inseminativo. En el fondo, el artefacto es muy estricto. Una vez iniciada la acción, tiene que llegar a su final previsto. Es parte de la estrategia del artefacto. Recuerdo, para dar un ejemplo, aquel evento ritual, La torre, en Baja California cuando tras una serie de fatales contratiempos terminé alzando aquella maldita escultura de madera en una plaza de La Paz. La forma de artefacto se adapta casi siempre al espacio en que se realiza, o lo adapta a él. El espacio-tiempo del artefacto corre paralelo a la vida cotidiana y la interroga constantemente. Algunos de mis eventos rituales o acciones de artefacto se acercan formalmente a la corriente artística universal llamada aquí la performance (flagrante violación del idioma).
El artefacto no se repite nunca. El río es siempre diferente. Hasta la dialéctica evoluciona. En cuanto a la estructura del evento-artefacto, no hay nada predeterminado. A veces tiene sólo el comienzo, a veces el final y, otras más, consta de varias partes, cuadros o acciones encadenadas, como el recientemente realizado en Xalapa, Artefacto Kurtycz, compuesto de siete acciones autobiográficas […]*
*Fragmento de texto del cartel de la acción Acatl artefacto (1982) en la ENEP Acatlán, UNAM.